Bajo la máscara
democrática de los principios revolucionarios de la fraternidad, la
igualdad y la libertad se encuentran los verdaderos principios
doctrinarios de esta élite. Engaño, control y poder.
El historiador
masón Louis Blanc ( 1811-1882) afirmó que la gran mayoría de
“revolucionarios” franceses eran masones, personajes como Danton,
Marat, Robespierre y muchos otros pertenecían a logías masónicas
francesas como la “des neufs soeurs” o “les amis
réunis “. Que decir de la revolución de los Estados Unidos
donde el mismísimo George Washington era un declarado masón.
Estos procesos
revolucionarios del siglo XVIII y posteriormente del siglo XIX con
personajes como
por ejemplo el
masón Simón Bolivar, fueron dirigidos, tutelados y financiados por
la élite financiera de la época. Su objetivo era el control
político necesario para conseguir el control mundial en un futuro.
Lógicamente este ansiado control mundial no podía conseguirse de la
noche a la mañana. El sistema absolutista no iba a caer sin luchar.
Hubo revoluciones y contrarrevoluciones, el siglo XIX fue un
hervidero de procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios
financiados y dirigidos por el poder económico tanto en América
como en Europa con el fin de acabar con los antiguos imperios
absolutistas y conseguir así el poder político de una manera
gradual, pero continuada, una estrategia “fabiana”. Ese poder
económico es el que nos domina hoy en nuestros días parapetado bajo
los mismos principios democráticos de las revoluciones masónicas
vacías de cualquier tipo de contenido real y sincero.
¿Pero cómo
llegó esta élite financiera a ser tan poderosa?. La clave de su
poderío radica esencialmente en el auge de la usura y el
endeudamiento de los reinos europeos, obligados a afrontar cuantiosos
gastos en hombres y material para sufragar sus continuas guerras
religiosas o políticas. Estos Estados e Imperios absolutistas veían
en la guerra el mejor instrumento para incrementar sus riquezas en
oro y plata y lograr mayor peso geopolítico. Pero las guerras como
decía Napoleón (1769-1821), “son muy costosas y valen mucho
dinero, hay guerras más baratas pero se suelen perder”. Sentenció
el genio militar francés. La usura era rechazada y mal vista en el
mundo cristiano medieval. Pero fue con el auge de los mercaderes y
banqueros enriquecidos por las numerosas guerras imperiales, cuando
empezó a cambiar la visión sobre la usura. El flujo de oro hacia
estos mercaderes fomentó la corrupción generalizada en todos los
estamentos y estructuras del Estado, debido a las propias ansias de
poder de estos comerciantes. Llegando a crear un círculo vicioso de
corrupción que no hizo más que crecer con el devenir de los siglos.
El descubrimiento del nuevo mundo en el siglo XV y la expansión
comercial derivada de ello, no hizo más que multiplicar las riquezas
de los ya de por sí ricos comerciantes y banqueros europeos hasta
cotas tan altas que incluso llegaban ya a superar con holgura la
riqueza de las arcas de muchas naciones europeas. Su poder económico
y su creciente organización como grupo cohesionado alcanzó el punto
de no retorno en el siglo XVIII, inicio de las revoluciones
estadounidense y francesa. Estos ricos mercaderes y banqueros
comenzaban a conseguir el poder político que tanto anhelaron durante
siglos, con la inestimable colaboración de las masas populares
dominadas con maestría para conseguir sus fines bajo el falso
paraguas de la libertad, igualdad y fraternidad. Lo cierto es que el
mendigo seguía siendo mendigo, el pobre seguía siendo pobre y las
desigualdades continuaban, pero eso sí ahora eran otros los que
dirigían sus vidas. Libertad, igualdad y fraternidad pero solo para
ellos, solo para la élite.
Este proceso
revolucionario alcanzó su punto álgido a lo largo del convulso
siglo XIX, si habían logrado el éxito en el siglo anterior en
Estados Unidos y Francia ¿ por qué no seguir ?. Los imperios se
fueron desmembrando, las guerras napoleónicas, la emancipación de
la américa española, la independencia de Alemania respecto al
Imperio Austro-Húngaro, la independencia de Grecia y Serbia respecto
al Imperio Otomano, la unificación de Italia, etc... Toda una serie
de procesos perfectamente
orquestados por la élite financiera con el objetivo de ir minando
los cimientos y la integridad de los grandes imperios absolutistas seculares para
sustituirlos por Estados bajo su control político.
El objetivo de
esas “repúblicas o monarquías democráticas parlamentarias”
instauradas por el poder financiero no eran otra cosa que la
sustitución del antiguo poder político del Rey por el suyo propio,
eso sí siempre en la sombra, siempre aparentando que no existe,
incluso en muchas ocasiones manteniendo la figura regia como un mero
títere de sus intereses, como el efímero intento restaurador del
antiguo régimen debatido en el Congreso de Viena de 1815. Una
postura absolutamente luciferina de la que ahora en nuestros días
cada vez más personas son conscientes.¿ Pero por qué querían el
control político ?. El principal motivo es el control de la emisión
del dinero. “ Denme el control del dinero y ya no importará quien
gobierne o quién haga las leyes “ esta frase es atribuida al
fundador de la dinastía de banqueros Rothschild, Mayer Amschel Bauer
( 1744-1812). El control del dinero en una sociedad en la que todo
gira entorno a él significa tener el control del mundo. Esto es un
dogma que la élite financiera lo asume como propio, aplicándolo a
rajatabla en todos sus planes de dominación mundial.
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